La agricultura mexicana está en una encrucijada: múltiples crisis convergen y las respuestas parciales suelen agravar lo que intentan resolver. No hay un único fallo estructural, sino una interacción dañina entre decisiones regulatorias apresuradas, déficits de infraestructura y vacíos institucionales que erosionan la capacidad productiva y la soberanía alimentaria.
Podríamos seguir, porque ejemplos sobran.
El agro está bajo fuego. Y es vulnerable.
Con bajos ingresos, escenarios de incertidumbre y adversidad, la agricultura es casi un sinónimo de filantropía.
Abonar a la seguridad alimentaria debe ser una de sus premisas, pero en condiciones dignas.
Todo esto en un contexto de liderazgo y representatividad fragmentados: Las organizaciones gremiales tradicionales están debilitadas o desconectadas del territorio. Algunas representan solo un interés político y otras representan mucho más los intereses agroindustriales que de la producción primaria, viéndolos más como un proveedor (que debe forzosamente producir barato), más allá que como un socio de negocios. Dicho de otro modo: les sobran corbatas y les faltan botas.
Esa atomización debilita la incidencia colectiva y facilita que se exploten divisiones para imponer agendas que no siempre favorecen la rentabilidad ni la dignidad del productor.
Frente a este mapa de adversidades, la alternativa exige un diseño de estrategias integrado, basado en diagnóstico riguroso y diálogo genuino con productores, con instrumentos redistributivos que protejan a los vulnerables sin sacrificar la rentabilidad agrícola; una rehabilitación del tejido productivo y una agenda de seguridad y gobernanza rural que recupere la confianza.
Esto no solo es tarea del gobierno, debe ser impulsado de manera orgánica por el propio sector y sus integrantes.
A pesar de la gravedad de los desafíos, el sector es valiente y la agricultura mexicana tiene recursos clave para recomponerse, siendo el más valioso el recurso humano: comunidades productoras resilientes con conocimiento local vivo y una cadena de actores dispuesta a dialogar si se le da espacio.
Aunque la palabra clave es voluntad, requiere también de liderazgos representativos. Solo de esta manera podremos enfrentar estas adversidades y reaccionar, como sector, encontrando las soluciones a cada reto que se enfrenta.
Todo ello se vería fortalecido si el sector reaccionara rápidamente de manera cohesionada bajo un liderazgo que comprenda la complejidad de los problemas. Reaccionar a cada adversidad de manera aislada y desincronizada mermará la contundencia de la respuesta y la magnitud de las acciones.
Si no se actúa con premura y con inteligencia sistémica, los riesgos sociales trascenderán el ámbito rural: aunque las consecuencias primarias se sentirán en el campo que producen los agricultores, principalmente con pérdidas económicas y de empleos, también tendrán impacto en las mesas de los mexicanos que consumen estos productos, con carestía y desabasto.
Al final, estoy seguro de que todos buscamos transitar (en estas u otras palabras) hacia una agricultura Sana (limpia y armónica), Sensible (justa y distributiva) y Solvente (rentable), impulsando la producción Sostenible que asegure alimentos y dignidad para las próximas generaciones.


